El ruido de la ciudad lo mataba. No se daba cuenta pero cada día moría. Poco a poco su vida se consumía con el pasar de los coches y el smog que tanto le molestaba aspirar. Nunca pudo cumplir su sueño. Estancado como pilar de muelle, Rodrigo vivía, o más bien moría cada minuto que respiraba. Sobrevivir la rutina era su lema diario. Desde el sonar de su despertador 6.15 am hasta que apagaba el televisor a las 10 pm, pasaba las horas en la soledad de su vida, misma que se resumía a ir y volver del trabajo.

Trabajar para sobrevivir, solo para poder pasar el día, comprar lo mínimo necesario para techo, ropa y alimento. 

Pasaba el día frente al monitor de una computadora, con su diadema puesta atendiendo llamadas de clientes insatisfechos. Irónicamente como si su insatisfacción no fuera suficiente. “Al menos ellos tienen un número al que llamar” pensaba, sabiendo que la suya no había línea 1800 para desahogarse. Muerto en Vida… ¡Vida que va muriendo!

 A sus 26 años de edad solo contaba con su hermana, sus padres habían muerto antes de su tiempo en un accidente, ellos eran muy pequeños. Al cuidado de su tía Elisa, crecieron hasta que ella sin fuerzas y muy anciana, también dejo de estar en este mundo para pasar a uno mejor, según dijo a sus sobrinos en su lecho de muerte. Sin tener su mayoría de edad se encontraron solos y con la idea clavada como astilla en el corazón, que al morir irían a un lugar mejor. Vivir muriendo, transitando por la carretera a un lugar mejor.
Cecilia había logrado graduarse, al igual que su hermano, ambos eran actuarios de profesión. Solo que ella, siguiendo a su novio salió de la jungla de concreto hacia la provincia en busca de un futuro menos gris y más verde.
Solo en esta vida que va muriendo, Rodrigo deambulaba por las calles. Reservado y solitario de su pequeño departamento caminaba hacia el metro, donde al transbordar dos veces lo dejaría a unas cuantas cuadras de su trabajo, pasando antes a comprar un café. Tres sobres de azúcar, eso si el café lo tomaba muy dulce, siendo esto lo único con ese matiz en su vida que iba muriendo.

Sentado en su cubículo lo primero que se le presentaría era ese inmenso reloj al final del pasillo, marcando las 8.00 am en punto. Contestaría la primera llamada incongruente y contradictoria a su vida o más bien al camino a su muerte. Mirando el reloj cada oportunidad que tenía solo esperaba que marcara la 13.00 pm para poder salir a tomar su lunch. Una caja que contenía un sándwich de queso y una lata de refresco, le era proporcionada por sus empleadores. Y con 30 largos minutos para ingerirla, 13.30 pm estaría listo para recibir la siguiente queja y registrarla en el sistema. Pasando los minutos, observados por Rodrigo, si no todos la mayoría de ellos, a la marca de las 16.55 concluiría con sus llamaras para enviar todos sus reportes atendidos en el día. Sin saber el destinatario del pasar de las horas de su vida, en cinco minutos terminaría para a las 17.00 retirarse. Haciendo exactamente la misma rutina matutina, así que su regreso le resultaba idéntico solo que al revés.

 No fue hasta un bien día que conoció a Estela. Tenía la misma caja que él y se disponía a comerse el contenido. Rodrigo no fue el que hizo contacto con ella pues sentía que no tendría ningún interés en él. Y sin la confianza de unir por lo menos tres palabras que representaran una frase, decidió mejor no decir nada, por más que los ojos de Estela le parecieran como dos perlas hermosas, una luz entre la obscuridad y mil colores al gris monocromático que su mirada percibía siempre. La miró bien, vestía muy primaveral para la temporada de invierno. Un vestido largo y sin magas lleno de flores rojas. Calzaba alpargatas de piel entrelazada, dejando ver casi su pie completo. Cargaba una bolsa de mimbre grande y decorada con una enorme flor de terciopelo azul.
Sin embargo, para Estela era todo diferente. Rodrigo le pareció un tipo como todos los demás, ni guapo ni feo. Su instinto curioso no la dejó irse sin al menos saber quién era y que era lo que hacía.

– Mmm siempre el mismo sándwich… ya es hora que lo hagan diferente, ¿no crees?- Rompió el hielo para iniciar una conversación mientras masticaba el inicio de la segunda mitad de su humilde comida.

– Eee… ¡Pues sí! el mismo – contestó sin tener una postura firme sobre el tema, nunca se lo había cuestionado. Para él era el medio de solo no tener hambre.

-Pues no sé qué opines, pero para mí ¡esto es una vergüenza! Y no es justo que nos traten así, les damos los mejor de nuestros días. Y si quieres que oigamos esas malditas quejas todo el día con atención, lo menos es que nos den bien de comer.

¡Por cierto me llamo Estela! ¿Tú?

-Yo, opino igual…

-No. ¿Digo que como te llamas?

-Rodrigo.

 -¡Mucho gusto Rodrigo! Soy de la sección 5 por si un día quieres venirme a visitar…
Fue muriendo un poco más mientras los días pasaban, no veía la manera de, por más ganas que tenía, buscar a Estela. La sección 5 estaba a unos cuantos metros de él, puesto que el formaba parte de la sección 4. Tampoco la volvió a ver a la hora de la comida.
Aunque hacia lo mismo, para él su vida monocromática, desde esas breves palabras con Estela, ya no se sentía igual. Sin darse cuenta, y por primera vez, despreció la comida que le dieron, deseando algo mejor. Por tramos dejó de usar el metro para poder caminar más por las calles, aunque llegara mas tarde a su casa, igual allá nadie ni nada lo esperaba. Se levantaba por las mañanas con otras ganas, y pensaba: ¡Hoy de seguro la encuentro! generando en él una ilusión, poderosa fuente de energía que, además de eliminar la monocromía de su vida, lo impulsaba a romper esa rutina aburrida y a desear… algo más, algo mejor. Aquí y no allá.

Ahora y no en un mejor lugar, como dijo su tía en su lecho de muerte. Recordando los ojos de Estela, aseguraba que no había mejor lugar que este, donde estuviera ella. Contradiciendo esa idea clavada que todos los días se moría un poco y cambiándola a que todos los días se vivía un poco.

Así como lo negro se hace blanco y lo salado se puede convertir en dulce, su vida dio un gran giro. Se levantaba todos los días un poco más temprano para arreglarse mejor. Se percató que su ropa era anticuada, decidió además de ponerse en forma, comprar nueva. Un cambio de look completo. Preparado para su encuentro con Estela, que sin fecha agendada y cierta, él estaría preparado viviendo un poco más cada día.

Al pasar del tiempo, el Rodrigo reservado se había convertido en amiguero y excelente conversador. De ser solitario, a diario era incluido en actividades organizadas al término del horario laboral a las que acudía con frecuencia. Descubrió que detrás de esa bebida amarrilla y llena de espuma, además de un sabor refrescante, tenía un imán de amigos al solo sostener la botella en su mano y más de una ocasión, por horas sin darse cuenta, tenía la misma botella vacía.

No fue hasta una de estas excursiones nocturnas con sus compañeros de trabajo, que decidió preguntar si alguien conocía a Estela, ¡Si la de la sección 5! Sus ojos de perlas hermosos, no los había logrado borra de su mente y sueños. Seguía siendo su motivo e inspiración del arreglo diario.

La respuesta fue constante e igual por todos:

¿Estela? ¿Sección 5? ¡De que hablas! No existe tal… ¡Solo hay 4 secciones!