Nunca antes había sentido esos cosquilleos en mi brazo, los nervios que lo articulan de pronto exigieron movimientos precisos.  Esa misteriosa sensación desembocó en un impulso eléctrico que ya no puedo olvidar ni evitar. Sucedió la tarde de un 23 de mayo y sigue pasando hasta el día de hoy, unos años después. No me queda claro cómo es que Jorge y Silvia, que fueron producto de mi imaginación, salieron hacia el mundo escrito a través de ese impulso y después cobraron vida en el imaginario de algunos lectores. Me apena compartirlo con ellos, como si esto fuera una historia cotidiana y es aún más vergonzoso darme cuenta que extraigo de esa experiencia algún conocimiento. Escribir me resulta algo íntimo pero me provoca compartirlo. Compartir la intimidad, sin embargo, es aterrador.

Puede haber muchas razones para escribir; en mi caso, proporciona el placer de contar. Mimetizar una ficción que da vida a personajes formados por mis letras y observar cómo crecen hasta cobrar vida propia, versátil y renovable como la mente de quien lee su génesis. El reloj no es su preocupación, solo desean estar en la memoria de más gente para fortalecerse con cada lector nuevo.

Percibo esa metamorfosis como un nacimiento peculiar que va de las letras a los huesos y la piel. Su paso de la imaginación a la vida es tan fascinante que logra provocar emociones. Cada personaje, pese a vivir en el mundo de la ficción, es tan real que vive en nosotros y los lectores empedernidos, pues los pensamos más que a la gente cercana, a quienes podemos tocar con nuestras manos.

Nada de esto cruzó por mi mente cuando empecé a teclear “Tantos años pasaron, era joven e intrépido…”. Esas palabras que rogaban existir para levantar el polvo de mi alma eran un secreto guardado en una bóveda impenetrable. Pero no hay secreto ni barrera perfecta, así que el mío, sin ser excepción, decidió salir y liberarse del cautiverio celoso que yo mismo le impuse aún sin pretender convertirlo en una novela.

Excavar en la mente es duro, trabar la pala y remover la tierra puede resultar tan laborioso como divertido pero sobre todo va quitando peso a la vida que por sí misma ya es pesada. Las primeras palabras me hicieron sentir que separaba los pies del suelo. Al continuar con la historia y sin darme cuenta, pesaba tan poco que ya estaba volando. Pero como en la naturaleza, toda creación debe tener su equilibrio para armonizar y eso hará rodar la piedra más rápido, hasta hacerla inmensa.

Escribir es volar.

No sé si el ímpetu de transcender se apoderó de mi esa tarde de un 23 de mayo y todas las que siguieron, pero comencé a teclear y no me detuve por varios meses. Mis personajes se habían adueñado de mi tiempo sin dejar de fraguar sus próximos pasos, exigiendo que marcara su destino. Hubo un tiempo en que me detuve y metí en un cajón lejano los manuscritos impresos llenos de tachaduras. Pero su voz, como un eco lejano, seguía en mi mente. Leía novelas de otros, miraba series con la frustración de no culminar lo que había empezado. Finalmente me decidí a sacar del cajón esos documentos ya empolvados y continuar. Recuperar la omnisciencia para saberlo todo de este mundo que yo estaba creando. Ese fue el momento en que me vi frente a un desierto árido de palabras.

             A mi parecer la novela estaba lista aunque no había ni empezado. Todo debería engranar con tal sincronía que ningún investigador disfrazado de común lector descubriera mi farsa. Fue un proceso largo y enriquecedor poner el punto final a un texto que comenzó con ilusión, causó sufrimiento en su proceso y dejó una gran satisfacción en su desenlace. Escribir esta historia resultó una novedad que me obligó a explorar en terrenos desconocidos. Caminar con los ojos cerrados pero todos los demás sentidos hiper sensibles con la idea de no detenerme. La primera novela es la versión de uno mismo hace miles de años, donde por inercia se avanza y por instinto se sobrevive. Estas palabras y todas las que están plasmadas son el testigo de que nuestra permanencia. Y que mejor ser uno mismo quien lo exponga al mundo o a aquel lector que algún día leerá lo que has escrito.