La cuerda esta lista. ¿La altura? ¡Muy alta! No veo hacia abajo solo camino por ella. Nunca uso un arnés, mi carácter aventurero e intrépido me obligan a andar por ella al filo del peligro. No ando ligero, por el contrario soy de los que llevo mucho peso. En mi mochila voy metiendo piedras lo que lo hace más interesante. Una por cada pensamiento o proyecto nuevo. Se van apilando generando  que mi equilibrio se vea mas comprometido, y al paso de mis proyectos y responsabilidades, mi mochila está siempre muy pesada

Nunca veo el piso, estoy demasiado alto. Mi cuerda está colocado en la azotea de un gran rascacielos. De joven tuve la opción de colocarla muy cerca del piso y andar en ella muy bien amarrado. No es lo mío.

Siempre vi esa azotea desde abajo y soñaba con alcanzarla, cruzar de un lado a otro. Llegar al otro lado sano y salvo. Caminaba de una esquina a otra, soñando o preparándome para ese gran cruce. Viéndolo siempre desde abajo y preguntándome ¡cuándo seria mi momento!

         Recuerdo lo alto que se veía, de niño todo lo ves grande. Al pasar de los años comenzó a verse más alcanzable el cruce. A medida que mi preparación avanzaba, cada año cursado, libro terminado y experiencia vivida, esa azotea bajaba más al piso o el piso subía más a ella. Cada letra cada tropiezo en mi preparación, según mis mayores, un paso más. Por más dolorosos que fueran la idea siempre es levantarte lo más rápido posible. No es como te caigas, es más bien, la forma en la que te levantas.

         Parte importante era tener un nido. Crear un lugar seguro y por qué no tener familia. ¡Tener algo! Poder practicar para lograr llegar al otro lado, prepararme dotándome de todos los elementos necesarios para tener ese equilibrio en mi cuerda, que cada vez y sin saber el porqué, pasaba por esa esquina y crecían pisos a los edificios donde sería colocada. Al paso del tiempo también la calle se hacía más ancha y a medida de mis pensamientos, ambiciones y aspiraciones mi mochila pesaba más y más. Tenía que hacerlo, llegar sano y salvo y lo más importante: no dejar nada atrás.

         Pasaron los años. Mi preparación estaba casi lista. Para ese entonces ya los edificios estaban altísimos y la calle, si se podía seguir llamando así, muy ancha. Sentía que aún no estaba listo para el cruce, mi preparación no estaba completa y en mi mochila aun había lugar para más.

         Esta vida moderna llena de cosas hace mi travesía más y más difícil, obstaculiza mi camino turbando mi tranquilidad. Además pone en riesgo mi equilibrio con tantos pensamientos e inconformidades ¡Hay tanto ya! Que no sé qué quiero, cuándo lo quiero y si realmente lo necesito.

Decidí llevar a mis hijos conmigo, al igual que mi mochila conteniendo mis pensamientos, deseos y aspiraciones. Estarían en mi espalda mientras quepan. Quería que en sus primeros años disfruten de la vista y la brisa del viento en un lugar seguro. Sin complicaciones o frustraciones a la medida de los posible. En mi emprenderían sus primeros intentos, así que su seguridad dependería de mi equilibrio.

 ¡He practicado tanto! ¡Estarán seguros! ¡Los amo!

Ahora solo tenía que asegurarme que así sea, que su cuerda en el momento indicado, también sea colocada en lo más alto, que su mochila esté llena de tantas ambiciones y deseos como pensamientos en su mente. Que su equilibrio nunca se comprometa con malos caminos, malos hábitos. Y su cruce sea pacífico y lleno de amor y prosperidad.

Tuve la suerte de verlos cruzar, a cada uno de ellos. No me había percatado pero mi pelo estaba muy blanco, mi cara arrugada y mis piernas apenas podían sostener mi mochila. Fiel compañera de vida aun conteniendo un solo deseo, un solo pensamiento y una sola ambición: ¡Morir en paz! sabiendo que mis hijos estarán viendo a los suyos cruzar sanos y salvos, a lo alto y a todo lo lejos que sus deseos lo permita.