Categoría: Reflexiones

Aguas Abiertas

De punta a punta. Ir de un lado a otro. Cruzar es lo que hacemos todos los días, la calle, el pasillo o una línea invisible que separa lo que puede estar bien o lo no tanto.

Junto a mi estaba Andrés, un nadador de Colima que había hecho el viaje hasta el Mar del Caribe en la península de Yucatán y así poder conocer por primera vez en su vida la Isla Mujeres. Él, además de otros cuatrocientos nadadores se rehusaron ese día a llegar a ella por algún medio mecánico. Tendía que ser usando sus brazos y sus piernas, uno a uno y patada a patada hasta desafiar la marea, si es que ese día decide portarse condescendiente, para arribar a su destino: Isla Mujeres.

Con una distancia aproximada de diez kilómetros que, si nadas rápido en menos de tres horas estás allá. Considerando que en lancha puedes ahorrar esas mismas horas para estar sentado en algún camastro disfrutando de una cerveza y un ceviche. Pero Andrés no le interesa eso, ni a los demás nadadores, ya que prefieren por mucho estar desafiando las olas, sufrir la corriente para entre brazadas ver esa isla que empieza como un punto lejano que poco a poco se agranda; como la esperanza.

Una ceremonia Maya y un silbatazo le hacen saber que es hora de meterse al mar, camina los primeros metros hasta que el agua no se lo permite. De un clavado mete la cabeza con los ojos bien abiertos, pues sabe que todo el recorrido ese mar trasparente le dará algo adicional. Da su primera brazada pegado a otro nadador a su derecha y otro a su izquierda, este último roza con él pasándole por encima, pero Andrés no puede acelerar, no aún por que adelante ve unos pies que deciden dejar de nadar de Kroll para dar unas pocas patadas de pecho y un impacto de esas en la cara lo dejará en malas condiciones. Frena un poco, saca la cabeza del agua para tratar de buscar un espacio con holgura y su nado pueda ser mas eficiente.

Más tarde se encuentra con una epifanía. Descubre la inmensidad del mar y lo pequeños que somos ante él. Detiene su nado y asoma la cabeza para ver nada más que agua en plena manifestación de su grandeza, alzándose ante él para solo verla enmarcada con un cielo bañando de sol pintado con una que otra nube. Hacia atrás ve los edificios de donde salió que ya se ven pequeños y hacia adelante la isla que no ha crecido. Solo piensa en la satisfacción de poder estar ahí, se ve y siente más solo que nunca y enfrentando a ese monstruo salado que bien lo puede tragar, pero no piensa perimirlo; no ese día.

Había venido desde muy lejos a conocer la isla. Se emocionó al verla ya de un tamaño mayor, sabía que estaba a punto de llegar, el agua se hacía aun más trasparente y en el fondo podía ver un jardín inmenso y verde, mezclado de arena blanca y decorado con vida de colores. Las olas habían cedido y la meta se veía ya no tan lejos. Por fin estoy en mi destino, pensó.

Irapuato

Para mi ese nombre no era más que una pequeña ciudad donde la única asociación con ella eran la fresas.  Al oír la propuesta sin saberlo sonó solo como un lugar y gente nueva por conocer. Además de promover mi novela en el Bajío.

Una invitación con agenda y horarios establecidos para entrevista. Sin experiencia previa acepté. Revise mi agenda para esos días, mi otro trabajo me mantiene muy ocupado y siempre con compromisos ya establecidos. Por ser fin de mes y con el fin de año a la vuelta de la esquina tenía muchas juntas de cierres contables, reuniones con clientes y varios compromisos familiares. Todo mundo se apura en estas fechas y trata de hacer todo lo que los once meses previos dejo pasar.

Mi negatividad y yo tomamos un vuelo a Leon el jueves por la tarde a más cerca de la noche. El avión llegó a destiempo, y salimos dos horas después de lo programado.

Habían dispuesto para mí un chofer quien me trasportaría del aeropuerto al hotel también reservado por mis anfitriones. Salí y vi a una persona con un letrero con mi nombre. Emocionado fui hacia él, me sentí tratado como ganador de premio nobel, aunque en realidad se trata de mi primera novela.

Hector llevaba un buen rato esperando, sin importarle me recibió con un cálido apretón de manos y una sonrisa. En nombre de la aerolínea me disculpé, lo tomé del hombro y juntos caminamos a donde había estacionado el coche.

Salimos de León rumbo a Irapuato. Tras avanzar en la carretera, recta como una regla, Hector se detuvo en un mirador. Orgulloso habitante de Irapuato y sin importar lo tarde que era, su gusto fue mostrarme desde ahí su gran ciudad. Me señaló lugares emblemáticos y me dio las coordenadas de cada uno de ellos, insistiendo a que debía conocerlos. Lo escuché con atención, aunque estaba agotado. Lo único que deseaba llegar a dormir, no lo interrumpí y esperé a que terminara su demostración.

Terminaba la travesía iniciada, que culminaba más tarde de lo planeado. Héctor se bajó del coche y me tomo del brazo y me llevó a la entrada del hotel como si guiara a un niño perdido en el parque en su busca de sus padres. Y se despidió con la misma calidez con la que me había recibido en el aeropuerto sin olvidar dejarme la agenda para el día siguiente.

Esperé unos segundos ahí hasta que se hubiera ido para entrar el hotel y pedir mi cuarto. Si hubiera llegado de día, de camino al hotel siempre trato de ubicar las calles o avenidas donde a la mañana siguiente pudiera salir a corres, pero al llegar de noche fue imposible, todo lo que había visto eran calles estrechas y desoladas. Pregunté por un gimnasio que pudiera usar y nada. Así que mi rutina de ejercicio matutino no sería posible. Ya sin prisa por levantarme temprano decidí bajar a comer algo la cafetería que aún seguía abierta. Un juego repetido de futbol y un pan dulce duro que seguramente lo habrían guardado del desayuno y solo deseando que fuera de ese mismo día.

Sonó mi despertador en punto de las 8 de la mañana, pasarían por mí en 30 minutos más para ir a la primera entrevista que sería en la estación radio Éxitos 98.9. Héctor, sonriente y puntual ya me esperaba estacionado en el motor lobby. Me serví un café para llevar y aun con cara de dormido y el cuerpo acartonado por no haber hecho mi rutina de ejercicio me subí al coche.

Llegamos a la estación de radio, al anunciarme en vigilancia respondieron que aún no llegaba la persona que me había citado, así que de desparramé en un sillón. Se hacían las 9.30 hora de la entrevista y nada. Unos minutos después bajo un señor apurado para llevarme, puesto que el vigilante se había equivocado pensando que yo asistía al programa de las 10. A paso veloz, llegamos a la cabina donde Paco el conductor me recibió con un cálido abrazo y comenzó el programa.

Antes de cualquier entrevista, siento un hueco en el estómago al percibir el micrófono más grande de lo que es. La incertidumbre de contestar bien, el temor de no hablar apropiadamente y más aún, el no decir todas las virtudes de la novela que presentaría. Trato de acomodarme en la silla, pero esta se siente tan grande que mis pies no tocan el suelo. Pero conforme la plática fluye, los que me entrevistan me van llevando y poco a poco la silla va adoptando su tamaño real.

Al terminar la entrevista ya me esperaban para llevarme a otra cabina, donde tendría otra entrevista, en esta ocasión la conductora era Atala que además era mi anfitriona en Irapuato. Al ser mi segunda entrevista y con más confianza tanto la silla como el micrófono adoptaban su tamaño real.  

Al salir de la estación me sentía inquieto. Hector, con su amabilidad habitual me llevó por un café y algo de comer. Para mi sorpresa en la avenida divisé un Starbucks. Señalándolo como si un náufrago ve tierra y le supliqué a Hector que ahí me llevara. Una vez adentro se me sentí más tranquilo y hasta me refiné un panque aun sabiendo que mi cuerpo no había quemado las calorías matutinas. Mientras yo comía Héctor me hablaba de su familia y en particular de su cuñado quien se dedica a las fresas. Su conversación me entretuvo hasta que llegó el momento de salir hacia la casa de cultura donde tendría una entrevista para el periódico local.

La casa de cultura estaba en el centro de la cuidad, en el casco histórico, tardamos en llegar un buen rato. Al entrar me encontré con un edificio colonial entrada grande y de remate un patio, rodeado de columnas de piedra natural que lo enmarcaban, soleado y cuidadosamente adornado de macetas y flores. Lo cruzamos hasta llegar a una suntuosa oficina de pisos de laja y muebles de madera antigua. Tras de mi entraron dos jóvenes, él sostenía una cámara fotográfica y ella una libreta y pluma.  Con calidez me preguntaron sobre mi estancia en Irapuato para después comenzar con la entrevista. Yo sin haber aún visto gran cosa les respondí que mucho.

Me preguntaron sobre mi paso de la arquitectura a la literatura, luego sobre la historia que escribí y cuestionando la posibilidad de que fuera autobiográfica. Como siempre no negué ni afirmé nada mes bien hice hincapié en que cualquier semejanza a la realidad era mera coincidencia.

Pasamos al atrio de la Casa de Cultura para una sesión de fotos. Posar con mi libro y sonreír en busca de ver el resultado. No sé si en realidad soy fotogénico o no, pero la incertidumbre de esperar desde que suena el clic hasta ver mi reflejo ya sea en la pantalla de la cámara o impresa se me hace eterna.

Mi presentación ante el público sería hasta la noche. Apenas era medio día así que le pedí a Hector que me localizara un gimnasio donde pudiera sacar mi ansiedad, sudar un poco. Me llevo por ropa deportiva al hotel y después de ofrecerme un par de opciones elegimos uno que además de estar muy completo me recibieron con mucho gusto. Corrí y corrí viendo un capítulo en Netflix y después de una hora y empapado de sudor por fin mi cuerpo recobrara la calma y el dolor que a un corredor siempre le acompaña en las piernas.

Aún quedaban algunas horas para volver a presentarme en la casa de cultura, mi estomago ya empezaba a dar muestras de hambre. De modo que me bajé en el centro. Había visto una calle angosta y peatonal donde había varios restaurantes. Elegí uno donde podría ver pasar gente. En una calle empedrada a un costado de la plaza principal sacaba las mesas a la amplia banqueta que cubría con un toldo azul, enmarcando las mesas con un enrejado bajo de color verde. La mesa era pequeña y redonda y las sillas de hierro poco incomoda. Con un mantel blanco impecable estaban los cubiertos y platos donde degustaría lo que este lugar pudiese ofrecerme. Se acercó un personaje ya entrado en años, no vestía de mesero sino de ropa casual, al extender su brazo me entregó la carta, pero me enfatizó que, si algo se me antojara que ahí no estuviera expuesto, él podría prepárame a mi entero gusto. Le tomé la palabra y después de comer una tampiqueña con guarnición de enchiladas de mole mi estómago ya no pidió nada más. Paso una señora que vendía cigarros. Me fumé uno acompañado de un café negro y un flan de coco suculento.

Con el estómago lleno y poco mareado por la nicotina me animé a caminar por el centro. La idea era llegar hasta mi hotel para ahora si descansar.

Más tarde llegué al recinto, el salón ya estaba lleno. Otra vez mi estómago comenzaba a sentir esa sensación de vacío y una leve temblorina en las piernas. Conocí a Fernanda quién sería mi presentadora. Traía en su mano mi novela, se veía gastada, llena de separadores de colores, lo que me puso aún estar más nervioso pensando en la profundidad a la que podía llegar. Siempre me pasa que no me siento preparado e incluso pienso que olvidaría detalles relevantes. Atala tomó el micrófono, y después de una introducción y unas cálidas palabras para describirme le cedió la palabra a Fernanda.

La presentación comenzaba a entrar en calor, y yo me sentía con la suficiente confianza para hablar sin detenerme. Mi esposa dice que por más que me defina como introvertido, cuando me suelto no me para la boca. Pues hablé y hablé.

Unos minutos más tarde entraron dos mujeres que tomaron lugares en la primera fila frente a mí. Una de ellas captó mi atención por completo distrayéndome del tema. Su parecido a la imagen de la portada de mi novela era impresionante, podría hasta presumir que la imagen era ella, que, sin nunca haberla visto, ella me parecía más que familiar. Las palabras empezaban a costarme trabajo, mi mente se ocupaba más en descifrar ese parecido que en lo que Fernanda me preguntaba. A partir de ese momento la concentración resultaba muy difícil, su rostro ya me poseía. ¿Quién era? ¿Qué hacía ahí? Eran solo algunas de las preguntas que alternaban con los comentarios de Fernanda sobre mi novela. Concluía que las posibilidades de ir a una cuidad nueva y encontrarte a tu portada, eran tan remotas como el hecho que yo algún día imaginara que ahí estaría. Sin embargo, ahí estaban ambas situaciones remotas y juntas, una frente a otra.

Ella también me analizaba, podía ver que me barría de arriba abajo. Cuántas veces vas a un lugar o te vas a entrevistar con alguien y tu expectativa es distinta a lo que percibes. Cuando ésta es superada, tus sentidos se agudizan y tiendes a ser más analítico. En esos momentos lo único que yo deseaba era conocerla, y saber si ella podía responder tantas preguntas antes formuladas, hablar con ella y por qué no captar una imagen de su rostro con la portada en mi novela. Lo había visto tantas veces en otras obras que pretendía que la mía también tuviera su foto mitad libro mitad rostro.

Después de la sesión de preguntas del público y tras un cierre pasamos la parte que más me llena, la firma de ejemplares y fotos con todos aquellos que en su mano llevan con alegría mi novela firmada. Tenía prisa y deseaba que ella no se marchara, que me esperara, aunque sea unos minutos. Cuando ya no quedaba casi gente se acercó y para mi sorpresa se presentó conmigo. Me hablo de ella, me contó que Atala la habló de la presentación puesto que ella colabora en su programa de radio. Sin ahondar más en nada le pedí la foto. Le hice hincapié que la subiría a mis redes sociales obvio preguntado si estaba ella de acuerdo y consentía. Para mi suerte accedió con una sonrisa que hasta hoy recuerdo. Y como una imagen habla más que mil palabras aquí está:

Todo lo que pasó después fue irreal. Me encontraba en una ciudad la cual no tenía en mi radar conocer y rodeado de gente nueva que me atendía como los mejores anfitriones. Me invitaron a la inauguración de un restaurante japonés donde la hija de ella había hecho un mural. Atala se despidió y me dejo encargado con estas mujeres que habían llegado tarde a mi prestación y ahora se encargarían de entretenerme el resto de la noche. Sin contar que el rostro de una de ellas era la imagen de la portada de mi novela en persona. Las noté comprometidas e incomodas, no sabían a quién subían a si coche. Quise romper el hielo, les hice hincapié que yo además de introvertido y antisocial no tomaba alcohol, no creyeron nada. Arrancó Fofo, conductora designada intento rodear varias calles para salir hacia la avenida principal, atestado de gente que caminaba hacia el zócalo impedía avanzar. Se escuchaba la música y se olía la comida del zócalo. Esquivando a varios, por fin salimos a una avenida más amplia la que reconocí al ver aquel Starbucks donde Hector me narró sus anécdotas no mucho tiempo antes.

Llegamos a la inauguración del restaurante japonés. En efecto al fondo de éste un mural con tres rostros dibujados sobre una base color rojo, eran el remate perfecto. Gina como madre orgullosa de la pintora me la presentó. Mirábamos el mural cuando alguien me tocó por la espalda. Ahí estaban esa pareja de jóvenes que me habían entrevistado en la Casa de Cultura por la mañana, cubrían la inauguración del lugar y acompañados de dueño nos tomaron una foto para el reportaje. Ya también saldría en la sección de sociales de Irapuato.

Me quede conversando unos minutos con el dueño que es noche emprendía una aventura culinaria japonesa. Un irlandés alto, de tez clara y pelirrojo no nada más vivía en Irapuato, sino que servía comida japonesa.

Nos dieron una mesa, sentados Gina con sus hijas y Fofo y nos empezaron a traer entradas, nada de lo que trajeron era de mi agrado salvo un whiskey en las rocas acompañado de un agua mineral. Después del postre las hijas de Gina se fueron, era casi media noche. Nos cambiamos a una mesa donde pudiéramos fumar y pedimos otra ronda de bebidas. Por las ventanas me señalaron el edificio más alto de Irapuato, este en su último piso tenía un bar llamado el Penth House donde según Gina la vista de todo Irapuato era magistral. Les propuse irnos y seguir bebiendo allá. Accedieron ambas sin titubear así que pagué la cuenta tan rápido como pude y caminamos al bar.

Pasamos por un sótano bajando una rampa puntiaguda y prolongada, avanzando hacia el purgatorio. Llegamos a un elevador iluminado con luz roja como el mismo infierno. Dos cadeneros tan grandes como luchadores nos abrieron la cadena tan pronto no acercamos, es difícil de negar el acceso un tipo acompañado con imponentes hembras a cada lado. Uno de ellos entra al elevador y pica el botón con la insignia de PH. Subimos parados como se posan todos lo que están en un elevador: viendo al techo.

Cuando se abrieron las puertas un sinfín de luces de colores y música penetrante me inundaron las retinas y los tímpanos. Gina y Fofo a mi lado dueñas de la situación como las mejores anfitrionas buscaron al capitán quien enseguida nos asignó una mesa junto a la ventana pues no podría perderme la vista de la cuidad, que en realidad no se veía nada. A los capitalinos no nos presume nadie, pensé. Ya acomodados pedí dos botellas, una de tequila y una de gin, fui al baño y compré dos cajetillas de cigarros. Si nos íbamos a poner, pues puestos hasta el fondo. Entre la primera y la cuarta y así la quinta seguimos tomando y fumando.  No lo había visto antes, o será que no soy una persona nocturna, pero de repente sentí un calor intenso en la espalda, los vecinos de mesa pidieron una especia de charola que la contenía una pirámide hecha de trozos de canela. A la cuenta de tres la prendieron como volcán en erupción, la verdad no encontré la diversión en una demostración de pirotécnica tan burda y retrograda; incluso peligroso pender fuego en un lagar tan concurrido y lleno de bebidas y con solo una salida, si eso se prende pues que ojalá estén confesos los causantes de semejante acto de burguesía innecesaria. Esto no sucedió una solo vez, varios irapuatences lo pedían, saltaban de gusto al explotar la canela lo que a mí solo me producía una carraspera en la garganta. Mas tarde y justo después de otra micro explosión proveniente de una mesa de japoneses (Si japoneses, resulta que en los últimos años las automotrices han abierto plantas en Irapuato, resultando en ello con la migración de varios japoneses que trabajan en ellas) se acercó un tipo, alto y relamido con una copa con un líquido denso y gris. Se paró frente a nosotros y se levantó la playera enseñando su abdomen. Mirando a Gina se sobaba la panza. Entendí después de una explicación que era paciente de ella y había bajado de peso, orgulloso de esto mostraba su obligo deforme a su doctora. Gina, tan educada y cortés me lo presentó. Se trataba de un Futbolista que juega en segunda división, el equipo local ese fin de semana jugaba de visitante en Cancún y él se ausentaba derivado de una lesión no recuerdo en que parte, si me lo dijo. Me gusta el Futbol, pero entiendo como todo mexicano decepcionado de sus representantes seleccionados que estos, en su mayoría hacen lo que este individuo estaba haciendo esa noche, aprovechar para ponerse hasta su madre en vez de rehabilitarse y seguir en su mejor forma.

Entrando en platica con él no me lo guardé y lo cuestioné, este solo quería invitarme bebidas como la suya a los que me negué. Sacaba dinero de su bolsa en señal de cortesía para invitar la ronda. Guarda tu lana carnal, le dije que no tenía que pagar nada puesto que las botellas ya en la mesa eran suficientes. Llegó hasta ser molesta su presencia tanto a Gina como a mí. Borracho e intenso no dejaba que yo platicara con ese rostro familiar de mi portada. Por fin un reguetón lo llevo a su mesa, barra o donde sea que este estaba antes.

No me lo podía guardar, ella tenía que saber lo que su rostro me había producido. Tímido y con reserva después ya de varias horas y cubas la lleve a parte. Le dije que su cara me tenía hipnotizado, no nada más por su belleza natural sino porque después de meses de verla en mi novela y semanas antes escogiéndola me era más que familiar. Eso sin contar lo bien que me había tratado desde que me subí en su coche. Poca gente es tan cortés con un desconocido por más que se lo encarguen. Se ruborizó, noté que se apenaba y al mismo tiempo se sentía halagada.

Fue una de esas noches que no quieres que termine, irreal e inesperada. Pero cerca de las cuatro de la mañana era hora de irse. Mi hotel estaba en el centro y ellas vivían cerca del antro este. No les pedí que me llevaran puesto que dos mujeres solas y a esas horas podría acabar en catástrofe. Tomamos el elevador que nos sacó del infierno y bajó al purgatorio, subimos la rampa empinada para estar de regreso en el mundo de los vivos. Con muy poca pila en mi celular pedí un Uber que según llegaba en siete minutos. No me sorprendió el tiempo de espera, me asombró que Uber opere en Irapuato. Pasaron siete y quince minutos y no llegaba. Aquellos cadeneros-luchadores-cara-de-malos notaron mi espera y me ayudaron llamando a un taxi “de confianza”. Llegó, me despedí de Gina y Fofo que pacientemente esperaban conmigo. El título nobiliario del taxista puesto por los cadeneros no calmaron mi ansiedad por estar en mi hotel. Fue hasta que llegué que pude sentirme tranquilo. Subí cayendo rendido en la cama, puse mi alarma, tenía un vuelo que tomar al otro día.

Amanecí crudo, no tanto del alcohol, más bien de la enorme cantidad de nicotina que mis pulmones habían recibido. Hector estaría en escasos quince minutos abajo. Me bañé rápido, empaqué y salí de la habitación. Abajo, tomé un café y nos fuimos rumbo al aeropuerto. La carretera de regreso fue un martirio, la cabeza me punzaba y un hueco en mi estómago no me dejaba estar. Sin contar la molestia en la garganta.

El avión se atrasó, espere más de dos horas en el aeropuerto de León para poder volar a México. Lo que me permitió además de desayunar fue ver el inicio de la cuarta transformación mexicana. AMLO tomaba protesta como presidente ahora constitucional. Los viajeros ahí presentes teníamos nuestros cinco los sentidos puestos en las palabras de este personaje.

Sin que terminara su discurso nos notificaron abordar el avión, quiero suponer que de querer verlo completo hubiéramos tenido que acampar en el aeropuerto, su dicción errática y confusa hace espirales que no llegan a nada. Llegué a la gran Tenochtitlán el sábado al mediodía. Regresaba a mi burguesía con mi chofer esperando en la puerta tres de salidas nacionales, imposible manejar o esperar un taxi en el estado que estaba.

Sin haber probado las fresas regresé con su sabor y su color. Rojo como la iluminación de aquel elevador. Dulce, como las caras de todos lo que conocí. Pero sobre todo jugosas como mi corta estancia ahí.

Mitad real, mitad papel

Veo la hora, pasan solo minutos.

No logro desvanecer tu rostro.

Tú voz retumba en mis oídos.

Tú sonrisa está clavada en mi mirada.

Veo la hora, pasan solo segundos.

Siento el roce de tu cabello en mis dedos.

Tú andar hace temblar mi ser,

y anclo mi mirada con la tuya.

No corras tiempo, por favor.

Párate. Deja eterno este momento.

Congela todo, envuelve este instante.

Otorga el beneficio de lo que perdura.

No vueles tiempo, por favor.

Que nunca amanezca, que se quede.

Ahora está aquí, mañana no lo sé.

Veo la hora y ya es tarde…

Te has ido.

Solo me queda la imagen del rostro.

Mitad real y mitad papel.

10 años después

Diez años pasan rápido,

Nada cambia y poco sucede.

La vida sigue, todo fluye.

Las calles, los coches y la gente.

Es solo un ágil soplido de aire,

Que apenas te mueve un pelo.

Misma platica, mismos lugares.

Misma gente, mismos cuentos.

Duele lo mismo, nada ha cambiado.
Mas fue a ti a quien ni vi,

Y rogué por un profundo cambio.

Que acortara esta brecha y

nos uniera otros diez años.

Mi farsa

Nunca antes había sentido esos cosquilleos en mi brazo, los nervios que lo articulan de pronto exigieron movimientos precisos. Esa misteriosa sensación desembocó en un impulso eléctrico que ya no puedo olvidar ni evitar. Sucedió la tarde de un 23 de mayo y sigue pasando hasta el día de hoy, unos años después. No me queda claro cómo es que Jorge y Silvia, que fueron producto de mi imaginación, salieron hacia el mundo escrito a través de ese impulso y después cobraron vida en el imaginario de algunos lectores. Me apena compartirlo con ellos, como si esto fuera una historia cotidiana y es aún más vergonzoso darme cuenta que extraigo de esa experiencia algún conocimiento. Escribir me resulta algo íntimo pero me provoca compartirlo. Compartir la intimidad, sin embargo, es aterrador.

Puede haber muchas razones para escribir; en mi caso, proporciona el placer de contar. Mimetizar una ficción que da vida a personajes formados por mis letras y observar cómo crecen hasta cobrar vida propia, versátil y renovable como la mente de quien lee su génesis. El reloj no es su preocupación, solo desean estar en la memoria de más gente para fortalecerse con cada lector nuevo.

Percibo esa metamorfosis como un nacimiento peculiar que va de las letras a los huesos y la piel. Su paso de la imaginación a la vida es tan fascinante que logra provocar emociones. Cada personaje, pese a vivir en el mundo de la ficción, es tan real que vive en nosotros y los lectores empedernidos, pues los pensamos más que a la gente cercana, a quienes podemos tocar con nuestras manos.

Nada de esto cruzó por mi mente cuando empecé a teclear “Tantos años pasaron, era joven e intrépido…”. Esas palabras que rogaban existir para levantar el polvo de mi alma eran un secreto guardado en una bóveda impenetrable. Pero no hay secreto ni barrera perfecta, así que el mío, sin ser excepción, decidió salir y liberarse del cautiverio celoso que yo mismo le impuse aún sin pretender convertirlo en una novela.

Excavar en la mente es duro, trabar la pala y remover la tierra puede resultar tan laborioso como divertido pero sobre todo va quitando peso a la vida que por sí misma ya es pesada. Las primeras palabras me hicieron sentir que separaba los pies del suelo. Al continuar con la historia y sin darme cuenta, pesaba tan poco que ya estaba volando. Pero como en la naturaleza, toda creación debe tener su equilibrio para armonizar y eso hará rodar la piedra más rápido, hasta hacerla inmensa.

Escribir es volar

No sé si el ímpetu de transcender se apoderó de mi esa tarde de un 23 de mayo y todas las que siguieron, pero comencé a teclear y no me detuve por varios meses. Mis personajes se habían adueñado de mi tiempo sin dejar de fraguar sus próximos pasos, exigiendo que marcara su destino. Hubo un tiempo en que me detuve y metí en un cajón lejano los manuscritos impresos llenos de tachaduras. Pero su voz, como un eco lejano, seguía en mi mente. Leía novelas de otros, miraba series con la frustración de no culminar lo que había empezado. Finalmente me decidí a sacar del cajón esos documentos ya empolvados y continuar. Recuperar la omnisciencia para saberlo todo de este mundo que yo estaba creando. Ese fue el momento en que me vi frente a un desierto árido de palabras.

A mi parecer la novela estaba lista aunque no había ni empezado. Todo debería engranar con tal sincronía que ningún investigador disfrazado de común lector descubriera mi farsa. Fue un proceso largo y enriquecedor poner el punto final a un texto que comenzó con ilusión, causó sufrimiento en su proceso y dejó una gran satisfacción en su desenlace. Escribir esta historia resultó una novedad que me obligó a explorar en terrenos desconocidos. Caminar con los ojos cerrados pero todos los demás sentidos hiper sensibles con la idea de no detenerme. La primera novela es la versión de uno mismo hace miles de años, donde por inercia se avanza y por instinto se sobrevive. Estas palabras y todas las que están plasmadas son el testigo de que nuestra permanencia. Y que mejor ser uno mismo quien lo exponga al mundo o a aquel lector que algún día leerá lo que has escrito.

-¡Si me borras a mí, te borras tú!

Siempre he visto por él. Como un ángel de la guarda, en cada tropiezo, encontró en mí a un brazo fuerte que lo sacara del hoyo que se había metido…

Así crecieron Manuel y Adolfo. Hermanos de la misma madre, Manuel era quince años mayor. Desde chico Adolfo vio a su hermano hacia arriba y de todos lados, siendo éste más que un súper héroe en su vida. Una figura de acero con basamento de concreto. Hecho con un molde, que además de extraño, no es fabricado ya más. Desde su adolescencia su hermano menor fue motivo de preocupación, y no siendo su único hermano, éste le causaba un sentimiento especial. Solo bastaba una mirada del niño Adolfo, para que el adolecente Manuel dejara cualquier ocupación, deseo y entretenimiento para correr a atenderlo. Así creció Adolfo con esa gran figura casi paterna, y digo casi por que su padre era un buen señor, pero hasta ahí. Humilde emigrante con poca educación formal y mucha fuerza para trabajar.

Causando envidia con sus hermanos mayores, Adolfo siempre gozó de la sombra abrazadora y protectora de Manuel, y que viniendo de una figura de acero con cimiento de concreto, por más lio que se viera metido, lo sacaría a la velocidad del rayo.

Así los hermanos crecieron. Juntos vieron el crecer de sus familias y el morir de sus padres.

Estos hermanos siempre unidos, con una mecánica repetitiva del mayor estar salvando al menor, se convirtió en costumbre. Adolfo emprendiendo y fracasando y Manuel al pendiente y salvando.

Una y otra vez, la tercera fue la vencida. Adolfo se hizo importante en su ramo. Su carrera fue exitosa al grado de olvidar quien lo  puso en ese camino, y no nada más eso, sino quien había sido ese brazo que lo había sacado de tantos y tantos descalabros.

Manuel removido de la empresa por su grandioso y poderoso hermano menor. Argumentó que ya era anticuado y nocivo. Olvidó quien en un principio lo metió.

– ¿Se lo digo? ¿Entenderá solo? ¿Cómo se atrevió? ¡Borrarme, así nada más! – Tantas preguntas pasaron por su mente sin ni por un minuto arrepentirse de todo lo que había hecho por él, su integridad se lo impedía.

Adolfo creció a la sombra de Manuel y ahora pretendía bórralo, como si nada hubiera pasado. Ahora la importancia y abundancia que le rodeaba lo hacía pensar que esa sombra que tantas veces lo acobijó, ahora no era más que un lejano recuerdo que se desvanecía se sus pensamientos. Manuel ya no formaba parte de ellos.

Más años pasaron, distanciados uno del otro. El mayor se vio en sus últimos respiros. Borrado de la lista del Adolfo, había pasado muchos años, solo sabiendo de oídas que su hermano llevaba una vida buena y estable. Paso sus últimos años con sentimientos encontrados. Tristeza de haber sido borrado y alegría del bienestar de su hermano.

En su lecho de muerte y rodeado de toda su familia Adolfo se presentó a despedirse. Cabizbajo y apenado se acercó a Manuel, este lo tomó de la mano. ¡Sintió paz! Tenía a su hermano junto a él, después de tantos años. -¡Si me borras a mí, te borras tú!- Le dijo con el poco aliento que le quedaba. Y llorando a lado de su hermano, lo vio morir.

Tatuadas en su mente estaban las últimas palabras de su hermano. No las entendía. – ¿Cómo que si lo borro? ¿Borrarlo de qué? ¡Él tenía sus cosas y yo las mías! ¡Yo no lo borré de ningún lado! ¡Lo extraño!…-pensaba. Los días pasaban y seguían estas palabras como enjambre de abejas en sus pensamientos. No estaba en paz, no se sentía bien. Recordó aquel día años atrás y lloró.

Nunca se detuvo  a pensar que efecto había causado en su hermano, y ahora ya no podía pedir perdón. Lo borró y sin darse cuenta se había borrado a él mismo. – ¡Yo soy lo que él hizo de mí! ¡Yo soy él! ¡Que ingenuo!- Concluyó.

Ayúdame a olvidar

Tengo que dejar de pensar en el ayer.

Mis lágrimas son ya de pura sal.

En aquel día que te tuve que conocer.

Fue una casualidad, pero así es como debió ser.

Ayúdame a olvidar esos días juntos, no quiero recordar

Tenerlos duele, debo olvidar.

Ayúdame a no tenerte, ¡cambia tu sonrisa!

Aleja de mi tu bondad, tu carisma.

Borra mi memoria con malos tratos, aléjame.

Hazme odiarte, despreciar tu paso.

Deshaz lo que construiste en mi alma,

Haz que se derrumbe esa base sólida que plantaste en mi ser.

Socaba hasta el fondo, no dejes nada.

Ayúdame a olvidar. Ayúdame a empezar.

¿Quién es el escritor?

Empezaron como un producto de mi imaginación y ahora Silvia y Jorge extienden sus brazos para escapar de su cautiverio bidimensional entre papel y letras. Sacan las manos, se agarran con fuerza de las mías. Tan solo con tocarnos ellos adquieren la fuerza necesaria. Me usan para salir de entre las páginas donde los escribí y les di forma. Ya libres, tejen una serie de hilos invisibles que me dirigen como si fuera una marioneta y durante meses controlan cada movimiento. Ahora son ellos quienes me obligan a seguir su historia. Esta máquina invierte los papeles, ya no parezco su creador, ahora mis personajes son quienes lo controlan todo.

Este mecanismo se activa de forma inmediata al abrir el manuscrito que los contuvo. Mueven mis dedos a su antojo, teclean caracteres que forman palabras, frases, situaciones. Intentan lograr su cometido: Ser personajes entrañables para vivir eternamente. Jorge, disfrazado de adolescente sin rumbo y Silvia, con esa mirada mustia e inocente esperan escondidos en las orillas del papel. Quieren que me acerque al ordenador. Están ansiosos de que lo encienda. Sigilosos, aguardan a que esté listo. Siempre temen la aparición de distracciones antes de abrir el archivo que habitan. una vez abierto el documento, echan a andar la máquina. Sabían muy bien que regresaría, solo esperan un rato libre y están ahí para lograr su cometido: Ser reales. Están decididos a convertirse en los protagonistas de mi vida. Quieren que me defina a través de ellos

Hoy lo veo claro, antes me dejaba atraer por la vibración hipnótica de un tambor remoto que me hacia regresar y colocarme en el lugar que ellos habían dispuesto para mí. Al principio se oía lejano pero después era tan fuerte que no respetaba mi sueño. Me sacaba de la cama y me llevaba con ellos; era la única forma de callarlo.

Incluso ahora, escribiendo estas líneas y confesando mi farsa se que están ahí escondidos tras la puerta, asomados mientras mis ojos están clavados en la pantalla, mofándose, seguros de que siga siendo su esclavo. Hablan bajo entre ellos y planean su siguiente movimiento. Discuten su trama, organizan sus viajes por el mundo, eligen a sus compañeros de aventuras. Mueven los hilos a distancia para nos ser descubiertos. Caminan por mi casa, corren conmigo por las mañanas y hasta se asoman en mis horas de intimidad.

Lo que ellos no saben es que sus hilos se desgastan conforme avanza la historia. Como toda vida, ésta inicia y progresa para concluir. Se aferran a esa máquina a punto de caducar. Están locos y ciegos, se los digo ahora: ya son reales, lo han logrado. Temen la llegada de Daniel, quien ahora ocupa un sistema más sofisticado que el de ellos. Se confabulan y ahora son tres quienes están ahí observando mis pasos, vigilando mis pensamientos. Hay alguien más, Alina espera sentada, callada y aislada del resto. Lleva un vestido rojo (¿acaso se volvió negro en el proceso?) y un árbol que le hace sombra. Insatisfecha por ahora, sabe que será la siguiente protagonista. Intuye que su historia me hará más daño que la de Silvia, no solo pretende que yo sea un mentiroso ¡No! Se propone que se me conozca por un loco que intenta hacer hablar a un muerto. Que reviva los recuerdos de Daniel, que está a punto de ser enterrado.

Te despiertas

Suena tu despertador, entre abres un ojo y ves que son en punto de las cinco cuarenta y cinco de la madrugada, está oscuro. Te revuelcas de un lado a otro, no crees que ya han pasado horas desde que decidiste conciliar el sueño. Darás mil vueltas antes de darte cuenta de que si no lo haces llegarás tarde. Tratas de apagar ese sonido filoso y penetrante, pero tu ultima postura te impide alcanzar el botón que pondría fin a tu sufrimiento. Te obligas a levantarte estirando tu brazo como si este fuera de plastilina. Por fin apagas ese ruido que emana esa caja negra con números verdes infernales que tanta repulsión te causa. Por fin lo logras. Tu primer movimiento racional del día es tallarte los ojos, tratando que tu mente regrese al mundo de un profundo sueño. Pones los pies en el suelo para asegúrate que al cargar todo tu peso te sostenga. Estiras tus brazos tratando de alcanzar el cielo, del que crees regresar.

Das cuatro pasos, suficientes para recuperar la confianza, te diriges al baño dando cuatro pasos más, sincrónicos y fuertes donde el frío del piso congela la planta de tus pies. Hasta que te detienes frente al escusado, te urge vaciar tu vejiga. No sabes si podrás hacerlo de pie o mejor sentado. Pero tu ego te impide hacerlo sentado y sin importarte que tan frío siga el piso, te sostienes de esa pared áspera y amarilla que te pica la mano.

Das pasos más ágiles. Un pie atravesando al otro como guillotina, con el fin de llegar a tu vestidor. Te pones la opción más fácil para esa madrugada, un short azul y una playera blanca. Tomas tus calcetines que arropan tus pies aliviándolos del frió al que estaban expuestos. Amarras las agujetas y bostezas, tu último suspiro previo a ponerte en marcha. Saldrás a correr desde tu apartamento hasta el parque de las banquetas rojas, anchas. Resguardadas por esos árboles que ocultan medio cielo. Pretendes adentrarte hasta el espejo de agua donde marca tu medio camino. te enfilas al regreso, no sin antes verte reflejado en el y agradecer el momento en que decidiste estirar la mano y apagar ese despertador que tanto te enojó al chillar.  Ves tu rostro, pleno y feliz. Te guiñes un ojo asintiendo lo mucho que te respetas por lo completado hasta ese momento. 


Cierras los ojos.

Abres los ojos es medio día. Ves tu silla de ruedas recargada doblada sobre en la pared amarilla. Respiras hondo inhalando tu primer suspiro de otra largo y monótono día.

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