No logré mover mis brazos y me levanto, pero algo me ata y hace que mi espalda baja este pegada a esta superficie blanda donde reposa todo mi cuerpo. Mi cara está cubierta por una funda que asumo es de piel y mi visión, si es que puedo definirla como tal, se reduce una pequeña rendija que cuadricula en cada uno de mis ojos. Un extraño humo emerge del piso y se detiene justo alrededor de mis fosas nasales, las cuales perciben ese aroma dulzón. Alzo un poco la cabeza y ahí se asoman las puntas de los dedos de mis pies, pues todo mi cuerpo lo cubre una delgada sábana roja de seda. Distingo un extraño color rojo nítido que cubre mis uñas por completo.

De pronto un estridente azote me simbra y siento mi corazón que late a una velocidad extrema, entre mis pies se dibuja la sombra de una silueta. Su pisada choca con el piso que de manera rítmica genera un ruido que me devela que algo pronto va a ocurrir, pues se escucha más fuerte y pesado cada vez. De pronto todo se detiene, el ambiente se torna tan oscuro que no logro ver nada, aquella silueta se ha perdido al igual que mis dedos del pie con las uñas recién pintadas. Lo único que queda es el aromo dulzón que se ha intensificado, pues ahora otro aroma a quemado lo acompaña y juntos me den pavor.

Pronto una luz de fuego se prende a un lado y luego otra y así varias hasta que aparece de nuevo aquella silueta, ya no solo en sombra. De una extraña forma me siento paz. Los pasos estridentes se hacen notar de nuevo pero esta vez homogéneos y fundidos a un piso que los soporta y justo cuando la silueta adquiere una forma más definida estos dejan de retumbar.

Reconozco las curvas de una mujer, bien marcadas por un traje negro y brilloso que las delimita. Prometedoras y bien marcadas puedo ver sus caderas amplias e imponentes. Intento mover mis pies y así mirarlas en su totalidad, pero me es imposible y asumo que por ahora es lo único que tengo en frente. Sin poder terminar de asimilar lo que ahí sucedía, una luz cegadora brotó súbitamente, nublando por completo mi visión por unos segundos hasta que mis retinas pudieron asimilarla y convirtieron aquella silueta de caderas amplias en lo que realmente era.

Esa mujer ahí estaba, de nuevo en mi vida y me sometía. Tenía miedo, sí. Pero no pretendía que me soltase o dejara ahí, pues la curiosidad sobrevenía cualquier miedo o pánico que aquel ambiente me causara. Intenté llamarla, quería saber su nombre o preguntar qué es lo que hacía ahí, pero no podía pues una pelota impedía que las palabras fluyan de mi garganta emitiendo ruidos extraños que semejaban a un animal recién cazado.

La mujer se movió por fin, con una de sus manos recorrió mi pierna izquierda lo que calmó mi ira y deje de emitir aquellos gritos o gemidos o lo que eso fuera, porque lo que era muy claro es que palabras nunca lo fueron. Mi corazón seguía latiendo fuerte hasta que su mano o más bien la yema de sus dedos recorrían mi abdomen hasta llegar a mi pecho. Pronto y de forma súbita mi corazón y todo mi sistema nervioso adquirió una calma abismal y entraba yo en un profundo sueño.

Al despertar y sin saber cuánto tiempo había transcurrido mi primera visión fue la de ella. Mi cuerpo no lo cubría ninguna sabana, mi cara ya no la apresaba la máscara y mi visón era pura, nítida y completa. Mi boca seguía amordazada por lo que ahora si identifiqué por una pelota roja que se amarraba con un cuero negro que apretaba mucho mis mejillas.

Sentí un frio gélido, pero no en mi piel sino más profundo aunado con un sentimiento de finitud. Algo me dijo que mi tiempo estaba contado y el reloj había iniciado la cuenta regresiva. A lo lejos comencé a oír una especia de timbre que se desvanecía y aumentaba a lo que no presté atención puesto que aquella mujer ya estaba encima de mí.

Cómo llegué ahí no lo supe, pero lo que si sabía es que ahí donde ella estaba es donde debería de estar. Pude ver su rostro, o la parte que su mascara permitía. Sus labios eran anchos y carnosos, pintados con un rojo intenso que machaba a la perfección con el color de las uñas de mis pies, sus mejillas latían al son de aquel timbre que a distancia seguía sonando y por algún motivo extraño en mi se descartaba. Mi concentración total y absoluta estaba en la boca de esta mujer que lentamente y con suavidad comenzó a besar mi cuello mientras sus uñas largas y afiladas rasgaban mi pecho en un claro intento de lastimarme para luego curarme con aquellos besos carnosos que tanto disfrutaba. Me rasgaba y me besaba en un intenso descenso de mi pecho a mi abdomen. Avanzaba y retrocedía lastimándome más y más hasta que decidió desabotonar lo que cubría mis genitales, no era mi ropa interior, más bien una especie de pañal de cuero que ella misma con sus dientes desamarró para dejarme completamente desnudo. Pronto noté que en su otra mano sostenía algo que por más que intenté focalizar no lograba distinguir, parecía una especia de látigo o mástil.

Con ese utensilio rozaba su punta en mis piernas con tanta suavidad que me atemorizó. Pronto aquel timbre se hizo más latente, deduje que mi tiempo con ella había terminado, pero ella no reparaba en eso y seguía lastimándome con sus uñas y rozándome con su látigo o mástil. Me miró con una expresión tan penetrante como sus uñas arrastraban mi piel y pude distinguir el color de sus ojos, su retina se dibujaba perfectamente en varios tonos de café. De la nada ella comenzó a llorar, imploró que no me desvaneciera y que aun teníamos tiempo que, pero su voz se oía cada vez mas lejos y con una distorsión de como si la conexión telefónica estuviera fallando. Poco a poco todo se borraba y su cara pasó a solo ser una silueta extraña. Súbitamente todo se oscureció, un negro absoluto me absorbió y el timbre sonaba más fuerte hasta que en un instinto alce mi brazo y lance un golpe hacia el aparato que dejó de sonar al instante. Abrí los ojos y todo estaba en su lugar, mi cama y ese ventanal que permitía un delgado rayo de sol penetrar a esta habitación tan distinta. Cambié de postura y miré al techo, noté que mi respiración era lenta, pausada y sensible. Pensé en aquella mujer que recién había abandonado lo que de un impulso me hizo separar mi espalda del colchón con tanta facilidad que hasta me sorprendí y lo único que me vino a la mente es que en unos días cumpliría cincuenta años.