Siempre he visto por él. Como un ángel de la guarda, en cada tropiezo, encontró en mí a un brazo fuerte que lo sacara del hoyo que se había metido…

         Así crecieron Manuel y Adolfo. Hermanos de la misma madre, Manuel era quince años mayor. Desde chico Adolfo vio a su hermano hacia arriba y de todos lados, siendo éste más que un súper héroe en su vida. Una figura de acero con basamento de concreto. Hecho con un molde, que además de extraño, no es fabricado ya más. Desde su adolescencia su hermano menor fue motivo de preocupación, y no siendo su único hermano, éste le causaba un sentimiento especial. Solo bastaba una mirada del niño Adolfo, para que el adolecente Manuel dejara cualquier ocupación, deseo y entretenimiento para correr a atenderlo. Así creció Adolfo con esa gran figura casi paterna, y digo casi por que su padre era un buen señor, pero hasta ahí. Humilde emigrante con poca educación formal y mucha fuerza para trabajar.

Causando envidia con sus hermanos mayores, Adolfo siempre gozó de la sombra abrazadora y protectora de Manuel, y que viniendo de una figura de acero con cimiento de concreto, por más lio que se viera metido, lo sacaría a la velocidad del rayo.

Así los hermanos crecieron. Juntos vieron el crecer de sus familias y el morir de sus padres.

Estos hermanos siempre unidos, con una mecánica repetitiva del mayor estar salvando al menor, se convirtió en costumbre. Adolfo emprendiendo y fracasando y Manuel al pendiente y salvando.

Una y otra vez, la tercera fue la vencida. Adolfo se hizo importante en su ramo. Su carrera fue exitosa al grado de olvidar quien lo  puso en ese camino, y no nada más eso, sino quien había sido ese brazo que lo había sacado de tantos y tantos descalabros.

Manuel removido de la empresa por su grandioso y poderoso hermano menor. Argumentó que ya era anticuado y nocivo. Olvidó quien en un principio lo metió.

– ¿Se lo digo? ¿Entenderá solo? ¿Cómo se atrevió? ¡Borrarme, así nada más! – Tantas preguntas pasaron por su mente sin ni por un minuto arrepentirse de todo lo que había hecho por él, su integridad se lo impedía.

Adolfo creció a la sombra de Manuel y ahora pretendía bórralo, como si nada hubiera pasado. Ahora la importancia y abundancia que le rodeaba lo hacía pensar que esa sombra que tantas veces lo acobijó, ahora no era más que un lejano recuerdo que se desvanecía se sus pensamientos. Manuel ya no formaba parte de ellos.

Más años pasaron, distanciados uno del otro. El mayor se vio en sus últimos respiros. Borrado de la lista del Adolfo, había pasado muchos años, solo sabiendo de oídas que su hermano llevaba una vida buena y estable. Paso sus últimos años con sentimientos encontrados. Tristeza de haber sido borrado y alegría del bienestar de su hermano.

En su lecho de muerte y rodeado de toda su familia Adolfo se presentó a despedirse. Cabizbajo y apenado se acercó a Manuel, este lo tomó de la mano. ¡Sintió paz! Tenía a su hermano junto a él, después de tantos años. -¡Si me borras a mí, te borras tú!- Le dijo con el poco aliento que le quedaba. Y llorando a lado de su hermano, lo vio morir.

Tatuadas en su mente estaban las últimas palabras de su hermano. No las entendía. – ¿Cómo que si lo borro? ¿Borrarlo de qué? ¡Él tenía sus cosas y yo las mías! ¡Yo no lo borré de ningún lado! ¡Lo extraño!…-pensaba. Los días pasaban y seguían estas palabras como enjambre de abejas en sus pensamientos. No estaba en paz, no se sentía bien. Recordó aquel día años atrás y lloró.

Nunca se detuvo  a pensar que efecto había causado en su hermano, y ahora ya no podía pedir perdón. Lo borró y sin darse cuenta se había borrado a él mismo. – ¡Yo soy lo que él hizo de mí! ¡Yo soy él! ¡Que ingenuo!- Concluyó.