Me levanté por fin a la nueva realidad, intenté hacer mi rutina como si nada pasara, bajé a hacer ejercicio, desayuné. Pero a diferencia de sacar mi sillón a mi terraza, me disfracé con un tapabocas inmenso y negro, unos guates de látex muy incomodos. Salía por fin de mi casa para ir a mi oficina, o lo que recordaba de ella. Noté las calles más transitadas de lo que esperaba, pero aun si nada comparado con antes. Mi oficina estaba muy oscura, olía el abandono. Prendí mi computadora que supuse estaba celosa ya que tardó en prender, hasta el tercer intento reaccionó. Acomodé mis cosas, limpié un poco de polvo y finalicé abriendo las cortinas para disfrutar de la vista de una calle que un día estaba llena de coches, y ahora solo una familia paseando a sus perros. Me sentí bien, aunque temeroso.